La ilusión de la neutralidad
Recuerdo la primera vez que escuché el término «safari neutro en carbono«. Fue en un folleto brillante, entre imágenes de leones y paneles solares, prometiendo un lujo sin culpa. Mi corazón dio un vuelco —¿en serio? Pero al profundizar, esa esperanza se convirtió en frustración. La neutralidad de carbono, entendí, se vendía como una solución rápida: compensa un vuelo, cambia a focos LED… ¿La verdad? No es tan simple.
La industria de los safaris opera como un ecosistema interconectado de campamentos, lodges, cadenas de suministro, redes de transporte, gestión de residuos, mano de obra y más. Aunque la neutralidad de carbono es un objetivo compartido, lograrla plenamente requiere reconocer los desafíos prácticos de nuestras operaciones. Por ejemplo, los sistemas de energía solar son un paso crítico hacia la sostenibilidad, pero en regiones remotas con inestabilidad eléctrica, a veces se cree que los generadores diésel de respaldo son necesarios para garantizar un servicio ininterrumpido. Del mismo modo, aunque los lodges buscan abastecerse localmente, ciertos productos premium —como vinos o licores importados— siguen siendo demandados por los viajeros y aún no se producen a escala en muchas zonas de safari, creando tensión entre las expectativas de los huéspedes y el abastecimiento sostenible. La gestión de residuos añade otra capa de complejidad: aunque los campamentos trabajamos para minimizar plásticos de un solo uso y otros desechos, la infraestructura de reciclaje en áreas remotas es limitada (o nula), requiriendo transporte externo. Incluso innovaciones como los vehículos eléctricos para safaris, que reducen ruido y emisiones locales, enfrentan dilemas éticos ligados a la producción (o reciclaje) de las baterías y una eficiencia aún en prueba. Estos ejemplos no son fracasos, sino realidades que exigen colaboración, innovación y paciencia para cerrar la brecha entre los compromisos actuales y las soluciones del mañana.
Y sin embargo, aquí estoy, escribiendo con esperanza templada. Porque aunque la perfección aún es imposible, el progreso no lo es —y ahí reside la verdadera magia.
Las 4 Cs: Un tapiz, no una lista de verificación
Durante décadas, los safaris se midieron por los «Cinco Grandes» —un relicario colonial que reduce los ecosistemas a una lista de trofeos. Hoy surge un nuevo marco: las 4 Cs —Comercio, Conservación, Comunidad y Cultura. Pero no es un ejercicio de marcar casillas. Es reconocer que estos pilares son hilos de un mismo tapiz. Tira uno, y todo se deshace.
El comercio que no enriquece a las comunidades locales genera resentimiento.
La conservación sin reverencia cultural se vuelve paternalismo.
La cultura sin desarrollo económico es performance, no alianza.
La comunidad desconectada de la conservación pierde su sustento.
Esta verdad se refuerza cuando me siento con las mamas maasái bajo acacias, sus manos siguen moldeando collares de cuentas mientras explican cómo cambia la vida a su alrededor: «Ahora mis hijas van a la escuela en vez de cargar bidones de agua». Jóvenes maasái que antes desconfiaban de las «tierras turísticas» rastrean leones con apps de GPS, mezclando sabiduría ancestral con datos para proteger ganado y depredadores. Plantas medicinales, antes única medicina de la comunidad, han sido reemplazadas por la moderna, pero ahora resurgen como proyectos compartidos con campamentos que preservan tradiciones. Lo que antes separaba «comunidad» y «conservación» hoy es interdependencia. Los modelos turísticos que prosperan no son los que «incluyen» a los maasái como casilla marcada, sino los que reconocen que proteger la vida silvestre empieza por honrar los ritmos de quienes han vivido junto a ella durante siglos. Una tierra para elefantes no significa nada si las madres aún tienen sed. Una escuela se vuelve frágil si los jóvenes no ven futuro en ella.
Las 4 Cs, cuando se tejen en la vida diaria, dejan de ser siglas y se convierten en un lenguaje común —uno donde los safaris no solo atraviesan paisajes, sino que los sostienen.
Las grietas son por donde entra la luz
Sí, la cadena de suministro aún está rota. Sí, los sistemas de reciclaje son incipientes. Sí, a veces «abastecimiento local» significa tomates de una ciudad a 300 km. Pero en esos vacíos he visto algo radical: huéspedes que se preocupan más por reparar grietas que por tomar la foto perfecta; campamentos, lodges y comunidades uniéndose para buscar soluciones. Así es como llega el cambio verdadero.
Nuestros huéspedes impulsan ideas de regeneración: deciden plantar acacias con niños en vez de tachar avistamientos de leones. Financian cercas de colmenas que protegen cultivos y elefantes, luego compran miel a los mismos agricultores. Estos viajeros no son solo consumidores —son colaboradores. La experiencia del safari importa, pero no basta. Y así, hemos aprendido a prepararnos para experiencias más holísticas.
Esta es la paradoja: las imperfecciones de la industria son su mayor catalizador de cambio. Porque cuando estás despierto a las 2 a.m., escuchando hienas bajo un cielo tachonado de estrellas, no puedes dejar de ver los hilos que conectan tu presencia con la fragilidad que te rodea.
¿Esa incomodidad? Es el punto de partida.
Generación Restauración: Los jóvenes que reescriben las reglas
No hemos construido una escuela con ladrillos de plástico… aún. Pero cada viernes, 115 niños de aldeas vecinas se unen a nuestro equipo «Generación Restauración«. Son embajadores de un modelo educativo distinto, y su pasión por la conservación nos da esperanza:
Equipos de limpieza: Recolectan desechos escolares, mantienen instalaciones y lideran limpiezas comunitarias.
Días de conservación y clubes de vida silvestre: Entienden nuestros modelos, el ecosistema, la fauna…
Mentores culturales: Promueven la cultura maa en cada oportunidad.
¿Estos niños «compensan» nuestra huella de carbono? No. Ese no puede ser el modelo. Son algo mejor: arquitectos de un turismo que no solo sostiene, sino que regenera.
El safari antiguo preguntaba: «¿Viste los Cinco Grandes?»
El nuevo susurra: «¿Qué vas a dejar atrás?»
Es una pregunta que no se responde solo con créditos de carbono. Exige enfrentar verdades incómodas: que tus vacaciones soñadas quizá requieran un camión diésel para llegar a un lodge solar; que tu estadía «ecoamigable» proteja el hábitat de un león mientras desplaza tierras de pastoreo ancestrales.
Pero esto he aprendido entre el polvo y la duda: No necesitamos safaris perfectos. No podemos ofrecer safaris neutros en carbono. Ofrecemos safaris honestos. Que admiten contradicciones, celebran victorias graduales y centran a las personas y lugares que impactan. Porque cuando dejamos de fingir que la neutralidad es posible, empezamos a construir algo real.
Así que ven. Siéntate junto al fuego. Hablemos de grietas, compromisos y pequeños actos de reparación. Los leones seguirán ahí al amanecer —pero la historia que contemos sobre ellos… esa podemos reescribirla.
Por Marta Gras,
Co-Propietario de Enkopiro Camp